jueves, 27 de mayo de 2010

Artículo: Piratas del Mediterráneo Americano

(cuarta parte)

Bucaneros y Filibusteros

En líneas anteriores, señalé una relación entre los piratas y los luteranos. En efecto, al problema de la lucha por las rutas del comercio y de los mercados emergentes, al tráfico de esclavos y a las disputas consecuentes entre los estados europeos, surgió el problema religioso derivado de la Reforma iniciada en 1520 por Lutero, lo que vino a atizar la problemática pirata en el Mediterráneo Americano; a esta cuestión están muy ligados los llamados bucaneros.
Los bucaneros constituían una muy especial categoría de piratas. Al parecer fueron en su origen colonos franceses, posiblemente hugonotes escapados de Francia, instalados ilegalmente en la parte occidental de La Española que, al igual que muchas regiones, había sido abandonada por los españoles. En realidad, éstos se percataron de las pocas posibilidades que ofrecían las Antillas en comparación con la América continental. La introducción de la ganadería, la caída poblacional nativa y el posterior abandono hispano motivaron este tipo de colonización francesa de hombres que se dedicaron a vivir del ganado cimarrón, manteniéndose de carne asada en unas parrillas denominadas boucans. Con el tiempo, la Corona española pretendiendo asegurar su soberanía sobre la Isla replegó a estos colonos a la Isla de la Tortuga, desde donde comenzaron a fortalecer sus relaciones con los corsarios, quienes se abastecían de carne a cambio de dinero, ron y otros productos. Fue cuando se dieron dos fenómenos un tanto paralelos: Los bucaneros originales empezaron a ejercer la piratería en balsas a la vez que muchos corsarios empezaron a asentarse en la Isla, así pues, los colonos originales empezaron a ser absorbidos por los corsarios a los cuales se les aplicó este mismo calificativo.
El desalojo de los bucaneros de La Española fue una acción, pues, que le costó a España más pérdidas que beneficios. “Imposibilitados para subsistir en tierra, se dieron a la mar. Navegando en canoas indígenas, burdamente construidas, atacaron y capturaron pequeñas embarcaciones españolas, y con éstas abordaron grandes barcos, con los cuales merodearon por el Mar Caribe. La palabra inglesa era freebooters, que los franceses tradujeron como filibustiers y que los ingleses volvieron a recoger como filibuster(1).
Según José Luis Martínez, esta segunda categoría, los filibusteros fueron más bien asociados a una especie de piratería política, en cuanto que, entre sus fines, estaba la de controlar un territorio que se disputaba, en este caso, a la Corona española. Territorios que, al segregarse, caían invariablemente en manos del país del que el filibustero era originario. Aunque el autor citado no ofrece mayores pruebas de esto, el hecho es que con el tiempo, muchos corsarios pudieron asentarse en ciertas islas haciendo ahí sus bases, las que constituyeron las nacientes colonias inglesas, francesas, holandesas y danesas.
Los casos más notables los fueron Haití y Jamaica. El primero, como vimos, fue ocupado por una inicial colonia francesa que se había vuelto muy primitiva. Una vez desalojados a la Isla de la Tortuga en 1630, el gobierno de Francia no tardó en percatarse de la necesidad de tener una base territorial fija en el Caribe. Fue cuando en 1640, un tal Lavasseur de St. Cristophe, en nombre de Francia se apoderó de la Isla llevando su dominio al actual Haití, que pasó a ser colonia formal de Francia en 1697.
El caso de Jamaica fue un tanto similar. Propiedad feudataria de la familia Colón, las autoridades españolas no pudieron ante el empuje corsario. Sir Henry Morgan, otro afamado y ennoblecido corsario, terminó por tomarla en nombre del gobierno británico. Este mismo corsario no sólo asoló las posesiones españolas, en su calidad de gobernador de la isla persiguió a otros piratas (no corsarios). Morgan terminó sus días como un rico plantador y propietario británico que enviaba el azúcar a los mercados europeos con el trabajo esclavo.
¿Qué tanto la figura del corso y la del filibustero se confunden? Ante todo, en el corsario es el permiso de operar lo que lo distingue, mientas que el filibustero carecería de tal patente.
No obstante, es claro que las principales bases territoriales de la piratería caribeña conformaron con el tiempo posesiones inglesas, como Belice (en donde la figura del filibustero se confunde con la del contrabandista) y la más importante, Jamaica; posesiones francesas, mismas que a la fecha tienen el estatuto de Departamentos de la República Francesa; en fin las islas holandesas y, en su momento, danesas, que sirvieron de base de operación al filibusterismo.

En la siguiente entrada, cerraremos este artículo con un acercamiento a la cuarta categoría: el pirata, simple y propiamente dicho.

Bibliografía:
(1) Hugh F. Rankin. The golden age of piracy. 21. Henry Holt & Company, Inc., 1969.
José Luis Martínez Rodríguez. Pasajeros de Indias, Viajes transatlánticos en el siglo XVI. F.C.E. 1999.
Manuel Lucena Salmoral. Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. Editorial Síntesis, 2005.
Antonio García de León. Contra viento y marea. Los piratas en el golfo de México. Plaza y Janés, 2004.