martes, 14 de septiembre de 2010

Artículo: Piratas del Mediterráneo Americano

(quinta parte)

Conclusión

Recordemos…
La apertura de las rutas comerciales en principio monopolizadas por España, y disputadas por Inglaterra y Francia. Todos sabemos la guerra por el mar y por bases territoriales que los corsarios principalmente entablaron en nombre de sus países. Quizás la culminación de este proceso, lo haya constituido, la construcción del canal de Panamá, lo que hizo del caribe uno de los mayores puntos estratégicos en el dominio mundial.
El elemento constituido por la reforma protestante. El rompimiento definitivo en mil quinientos veinte como resultado de la Dieta de Worms, terminó por ahondar las divisiones existentes entre las potencias europeas. Ciertos estados aceptaron la reforma protestante, no sin reticencias por algunos gobernantes (Tal fue el caso de María de Tudor, 1ª esposa de Felipe segundo quien simpatizó con el catolicismo, o el conocido caso de Enrique IV de Navarra que, abjurando del protestantismo, aceptó la corona de Francia).
En todo caso el impacto de la reforma en las masas populares constituyó un elemento de rebeldía que provocó la huida de Europa de ciertos contingentes humanos, quienes al no encontrar su lugar en sus países de origen llegaron a poblar los dominios españoles no del todo habitados por estos mismos. Como hemos señalado con anterioridad, al parecer este fue el origen de los bucaneros franceses asentados en el actual Haití. Un ejemplo más del impacto de la reforma fue el célebre juicio seguido por la inquisición novo hispana a los piratas de Hawquins quines fueron acusados, no de piratería si no de luteranismo.
Concluyamos este prolongado artículo con el tema del pirata propiamente dicho, que sin pertenecer a categoría alguna recorría los mares atosigando, claro está, a las naves españolas.
En líneas anteriores se afirmó que la sociedad pirata era eminentemente masculina. Sin embargo, vista la clasificación anterior, podríamos matizar esta opinión. Es evidente que la imagen que tanto la literatura como la leyenda nos ha dado de los piratas es inequívoca: aventureros, bebedores, jugadores, dispuestos a matarse y a liarse a duelo por cualquier pretexto. ¿Qué tanto valdría esta opinión para el corsario y el filibustero? En el primer caso, el hecho de ejercer con “patente de corso” equivalía a un reconocimiento y a una consecuente proclividad a la vida sedentaria. En el segundo caso, es más que evidente que toda territorialidad equivale a cierta propagación social en la que la mujer juega un papel fundamental. Por el contrario, el bucanero y el pirata solitario nos evocan sociedades anárquicas, de hombres solos, sin duda no adaptados a las condiciones de normatividad existentes en esos siglos. Eran hombres que se podían enriquecer con el botín obtenido. Muchos, como Henry Morgan, terminaron sus días como ricos plantadores y terratenientes, gobernando las posesiones que conquistaron para sus países. Otros, en cambio, dilapidaban el dinero en ron, mujeres y parrandas, siempre arriesgándose a terminar colgados por la justicia. Si eran corsarios podían salvar sus vidas y volver a una existencia normal, mientras que, los piratas del común llevaban una vida que, a mayor intensidad y aventura aumentaba también el riesgo y su temeridad.
Con todo, el papel del pirata común y la piratería fueron decisivos para la conformación social y económica de los países y regiones de un territorio constituido por aproximadamente dos millones de km. cuadrados: el mediterráneo americano (1) , que a su vez, por su posición geográfica, y entendiendo por esta las bases de acceso a los recursos naturales del continente americano desde una posición equidistante entre el continente Europa y África, no tardó en constituirse como un área estratégica en la conformación del mundo occidental contemporáneo.

La Canción del Pirata
por José de Espronceda (Poesías, 1840)

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín;

Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;

y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de “¡barco viene!”
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar.
Que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual.
Sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Sentenciado estoy a muerte.
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna entena
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»





(1) Desde una perspectiva meramente geográfica el mediterráneo atlántico americano se compone de las siguientes unidades que yo denominaría acuático territoriales: En primer lugar, tenemos el Caribe propiamente dicho. La delimitación marítima no ofrece ningún problema, siendo el área conformada por el arco isleño de las antillas mayores y las antillas menores, en donde el puerto del La Guaira y Venezuela, y el puerto de la Habana en el Occidente. Desde el punto de vista territorial los litorales caribeños se constituirían en las costas de tierra firme (Colombia, Venezuela y Panamá) Centro América, Belice y Quintana Roo. Sin embargo la influencia cultural caribeña en centro América, haría que las costas del océano pacifico caigan dentro de esta geografía caribeña.
Un segundo complejo mediterráneo, lo constituye el golfo de México. Política y culturalmente diferenciado y con una heterogeneidad tal que difícilmente la gente del caribe se reconocería por ejemplo, con la gente de las costas de Tamaulipas, o de Texas. No obstante la cultura afro americana de Nueva Orleáns y la Cubana de la Florida, no ofrecen la menor duda con respecto a sus homólogos veracruzanos o yucatecos.
Una tercera conformación la constituye el arco marítimo territorial cuyo eje serian las Bahamas al norte de la isla de Cuaba y oriente de la Florida . Este arco isleño de cultura afro inglesa vendría a constituir el limite norte del mediterráneo americano.
Bibliografía:
Manuel Lucena Salmoral. Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. Editorial Síntesis, 2005.
Antonio García de León. Contra viento y marea. Los piratas en el golfo de México. Plaza y Janés, 2004.